Cronológicamente es la tercera herida del alma y surge cuando el niño está en la etapa de autodescubrimiento del mundo, cuando el niño aprende a comer solo, a ir solo al baño, cuando empieza a tener autonomía sobre su cuerpo físico. Esta herida se vive con la persona que ejerce el control que normalmente es con la madre, aunque podría ser con el padre o con otra persona encargada de ese control. El niño siente que, uno o ambos padres, se avergüenzan de él por su aspecto físico, por algo que haya hecho, algo que haya roto… Lo desaprueban y critican, expresándolo con palabras o gestos, avergonzándole sobre todo públicamente. Comparaciones que hacían sentir que hacías las cosas mal, o que ibas sucio, o que eras lento.
Los abusos sexuales en la infancia también producen esta herida, además de ir acompañada de la culpa y de la vergüenza. Así como si alguno de los padres al sorprenderle masturbándose le dice “¡No te da vergüenza!” haciéndole sentir que está haciendo algo sucio.
Recibiste mensajes dolorosos diciéndote que eras torpe, pesada, que ibas sucia o manchada, insinuando que eras lenta para aprender, que tocabas tus genitales… o aireaban tus problemas ante los demás. Y comparándote con otras personas. Eso te hacía sentir muy avergonzada y culpable.
Sentir que nos desaprueban y critican, genera una personalidad dependiente. Pueden ser tiranos y egoístas como mecanismo de defensa y humillar a otros. Se auto condenan, hablan en negativo, se complican la vida, tienen obsesiones, sobrevaloran a otros y se desvaloran ellos. Haber sido víctimas de bullying, episodios de mucha crítica, acusaciones o castigos (maltrato) crean esta herida.
Esto trae un sentimiento constante de culpa y vergüenza por todo lo que se hace o no se hace. Con esta herida te sientes indigno/a por dentro, que todo tú es un error. El niño crece con la sensación de que desagrada a sus padres, aquellos que deberían amarle de forma incondicional, y se castigará a su vez por su propia conducta por ser indigna de ese amor.
“La sensación del niño es de sentirse comparado, degradado, avergonzado y rebajado.”
La máscara de esta herida es la máscara del masoquista (emocional y mental). El masoquista es aquella persona que encuentra placer e incluso satisfacción, sufriendo. Busca de forma inconsciente el dolor y la humillación la mayoría de las veces. Antes de que los demás lo castiguen, ya lo hace antes la misma persona.
Como tienen esa necesidad de cuidar de los demás, tienden a crear situaciones donde se olvidan de ellos mismos. Es un intento de protección para no sentirse humillados, pero lo cierto es consiguen justo lo contrario ya que en muchas ocasiones se aprovechan de ellos.
Su gran deseo es la libertad, pero a la vez es lo que más miedo les da porque creen que en la libertad harán más cosas humillantes.
La frase que puede resumir esta herida y su actitud en la vida adulta es: “me haré daño yo, antes de que me lo hagas tú”.
Cuando se enfadan tienden a humillar a los demás para desahogarse.
Si alguien no es feliz a su alrededor, se culpan de ello.
Utilizan las compras, la comida… para satisfacer sus deseos.
No gustan de su cuerpo. Pueden llegar a tener problemas en su vida sexual.
Necesitan ser necesitadas, por eso tratan de arreglar todos los problemas de los demás.
No son ellos mismos, primero porque no se conocen y segundo porque se consideran indignos de ser ellos mismos.
Le gustan las cosas bonitas, pero creen que no las merecen.
Sienten una gran culpa interior, y por eso se castigan haciendo sacrificios y esforzándose por todos.
Tienen mucho miedo a la opinión y juicio de los demás.
La relación con los padres es complicada. Quieren complacerles en todo, y lo viven como una gran carga y responsabilidad.
Sienten el ABUSO del ENTORNO, pero no hacen nada para cortarlo.
Suelen tener vergüenza en la intimidad sexual.
Su gran anhelo es la libertad y los placeres, pero no se lo permiten. Se sabotean continuamente.
Están en lucha constante contra sus sentimientos y deseos, pero en algún momento eso se descontrola y su conducta se vuelve tremendamente adictiva. Al decir adictiva no solo me refiero a adicciones como el alcohol, las drogas, el juego o el sexo, sino también obsesivas con un trabajo, un hobby, un tipo de comida, una canción. Y después de ese momento de ‘atracón’ llega su compañero de vida: la culpa.
Son el amigo perfecto, el colaborador imprescindible… pero ellos no se sienten dignos de ser queridos y aunque quieran más en una relación, se infravaloran tanto que no conciben que pueda haber amor para ellos, aunque sea lo que más deseen.
La mayoría de las veces, estas personas, son seres inseguros, tímidos e indecisos que en lo más profundo de su ser se sienten culpables y no creen tener derechos elementales, incluso pueden dudar de su derecho a existir.
Para sanar esta herida es preciso trabajar la independencia, la libertad y el desapego.
Esa libertad es lo que más desea y a la vez lo que más teme quien lleva la máscara del masoquista.
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